El estudio de la mente: ¿Qué es la mente?

La mente que se abre a una nueva idea,
 jamás volverá a su tamaño original.” Albert Einstein
Todos sabemos que resulta imposible observar la mente de forma directa. Los investigadores interesados en el funcionamiento de la mente sólo disponen de las teorías y observaciones actuales para hacer suposiciones sobre su funcionamiento.

Antes se creía que uno era capaz de mirar dentro de sí mismo y apreciar lo que allí ocurría empleando el método introspectivo. Más tarde, el filósofo alemán Johann Friedrich Herbart, descubrió en 1820 que en realidad ocurren muchas cosas en nuestra mente, de las que nada sabemos.
En 1900, Freud empleó esa misma observación como centro de su teoría (el psicoanálisis) en la que establece la existencia de un inconsciente personal, hoy bastante popular, y que hacía referencia a todo aquel material desagradable o bochornoso para la persona. Sin embargo, daba por hecho que el resto del contenido mental (lo que era consciente) podía ser perfectamente observado y examinado incluso por el mismo sujeto.

Al día de hoy sabemos que esto no es posible. Según G. Humphrey y E.G. Boring, la introspección como tal, o el mirar (o hacerse consciente) dentro de uno mismo, no es posible. Una persona puede estar consciente de su propio cuerpo, de los estímulos y del mundo que la rodea, pero no de su propia consciencia o de lo que está ocurriendo en el “interior de su mente”.

Se sugiere pues “... que la introspección (como método para la investigación de los fenómenos psicológicos) se abandonó debido a que los introspeccionistas clásicos habían llegado a un punto en que habrían tenido que sondear directamente sobre el contenido del inconsciente, con lo que no se lograría ningún progreso”, aparte de que “... sondear el inconsciente genera ansiedad y resistencia”.

Muchos supondrán que es posible ser conscientes, al menos, de la propia imaginación. A fin de cuentas, todo lo que imaginamos de alguna manera lo podemos percibir en su forma, color, textura, etc. Sin embargo, no es así exactamente. Si hacemos un experimento y observamos por unos instantes un objeto brillante, por eje, un bombillo encendido por el tiempo suficiente para que quede grabado en la imaginación, observará, si voltea la vista a una pared desnuda, un espacio obscuro que corresponde al objeto brillante.

Seguro podrá saber dónde se localiza exactamente el espacio obscuro, según las apariencias. Sabe también, por supuesto, que la “mancha en la pared” no es real, sino el producto de la huella de luz en su ojo que, además se mueve cuando mueve la vista. De esta forma, se da cuenta de que no existe tal espacio obscuro, y de que es solamente un producto de su ¿imaginación? Sin embargo, eso que ve “en su mente”, es ciertamente el producto del funcionamiento fisiológico de su ojo como un órgano del cuerpo. Entonces, de lo que podemos estar conscientes es de la mancha proyectada, es decir, el resultado de un proceso fisiológico, pero no del proceso fisiológico en sí mismo.

Ese mismo fenómeno ocurre con lo que llamamos mente, y por ello, la introspección como herramienta de conocimiento (auto-conocimiento) es infructuosa y engañosa por naturaleza.

Entonces, ¿cómo podemos estudiar la mente?


El conocimiento que los investigadores han adquirido sobre la mente ha sido por medio indirecto, es decir, a través de la observación del comportamiento, estructuras fisiológicas y declaraciones individuales, etc. Sin duda, somos una “maquinaria compleja”, como podrían aseverarlo muchos observadores atentos. Pero llamarnos a nosotros mismos “maquinaria completa” es quedarnos demasiado cortos, porque según muestran las evidencias, somos más que una maquinaria. Nuestro funcionamiento en el mundo, tanto intracorporal como de interacción con el entorno, parece funcionar de una manera “no lineal” (A B → C), sino en posibilidades infinitas (A → ∞). En otras palabras, mientras que las posibilidades de respuesta que posee una piedra al momento de patearla son predecibles matemáticamente si deducimos las fuerzas que la provocan, no podríamos decir lo mismo sobre la predicción del comportamiento de alguien si le pateamos el trasero, por eje. Nuestras posibilidades de respuesta son infinitas, innumerables e impredecibles, hasta cierto punto.

Las estadísticas son una herramienta útil a los investigadores para predecir el comportamiento de las personas en función de los estímulos dados (cuantificables). Sin embargo, incluso en este tema se han hecho muchas críticas al respecto, dado que cada individuo, desde su perspectiva: historia de vida, herencia, etc. es único e inigualable, por lo que el método estadístico sólo puede ofrecernos aproximaciones y no certezas absolutas, como ocurriría en la ciencia física. Por esta razón se ha considerado a la psicología una filosofía, o un saber “cuasi-científico” o bien, una ciencia suave. El dilema se expresa en las conclusiones al hablar más bien de posibilidades y no de certezas matemáticas.

La metodología a seguir es muy clara: la manera de averiguar cómo piensa, o como funciona la mente de una persona es a través de la observación de sus actos o actitudes ante circunstancias determinadas. Lo mismo se puede aplicar a nuestras propias formas de pensar. Es decir, deberíamos confiar más según nos observamos actuar en el escenario que en los contenidos (o funcionamiento) mentales. No obstante, debemos aclarar que nuestras propias cogniciones no son nuestra mente, ni los procesos mentales propios del órgano cerebral (tal como en el experimento de la visión descrito más arriba), sino el resultado de esos procesos mentales, como ya lo describí. Por tanto se puede decir que “el pensar” (que no es nuestra mente) es un acto, un, digámoslo así, “comportamiento cognitivo”, resultado de un proceso mental, por completo obscuro a nuestra consciencia vigente.

El gran filósofo norteamericano, C.S. Peirce, dijo una vez que él sabía lo que pensaba, sólo cuando oía su voz o se encontraba actuando de manera contraria a sus persuasiones. El oír lo que pensamos es un fenómeno conocido como “pensamiento dirigido”. Así, hacemos consciente nuestras palabras, como si aparecieran impresas frente a nosotros.

Seguramente Freud tenía razón al decir que, en circunstancias normales, una persona piensa algo e ignora lo que está pensando. Con esto, no se puede negar que al estudiar Freud su propio inconsciente se convirtió en pionero del empleo de los métodos experimentales en psicología. Lo cual no implica que haya sido el método idóneo de exploración.

La naturaleza de la mente: Qué es y cómo está formada


Concedamos como hipótesis de trabajo, que la mente es una función del cerebro y no algo que existe independientemente del mismo. Asumamos que el pensamiento y la conciencia han surgido en el curso de la evolución, y no son actividades exclusivas del ser humano. También los perros, changos y chimpancés pueden pensar y están dotados de cerebro.

En términos generales, existen dos teorías sobre la mente. En su más clara expresión, una de ellas se profesa animista. Considera el cuerpo como habitación de un ser, un demonio conocido como mente o alma (no hay por qué confundir el vocablo demonio con la palabra mal; el diccionario inglés de Oxford cita a Shakespeare: “Oh, Antonio, ...vuestro demonio, ...vuestro espíritu, ...es noble, valeroso, sin par.”). Otras teorías menos extremistas (y también menos claras), reciben el nombre de dualistas, y afirman que la mente no es una cosa física ni parte integrante de la actividad corporal.

La segunda gran teoría es fisiológica o mecanicista. En esta, la mente se considera como un proceso corporal, es decir, la actividad del cerebro o una parte de esa actividad. Esta se conoce también como el enfoque o teoría monista. Gran parte de la psicología moderna se sirve de esta teoría. Es aconsejable, por cierto, que el estudiante de psicología primero y antes que nada rechace de plano cualquier enfoque o teoría propuesto a este respectro, para así, desde su propia percepción y experiencia, vaya comprendiendo el mundo o la dinámica de la psicología humana. Tal como lo aprendí de mi profesor de psicopatología: “En principio, no me crean nada de lo que les voy a decir. Vean y comprendan por sus propios ojos...

Según mis observaciones, me he inclinado a adoptar un punto de vista más universal. El comportamiento humano, que va desde lo más tangible —como el “acto mismo”— a lo más intangible —como el “sentimiento” y la intuición—, son todos una continuidad de eventos entrelazados propios del fenómeno psíquico. Y que se comportan tanto hacia una dirección como hacia otra (de adentro a afuera y de afuera hacia adentro). De ahí mi postura (y la que comparten muchos más) a que un verdadero cambio de actitud siempre va de adentro hacia afuera, y no al revés, tal como lo postularía el enfoque clásico conductista del aprendizaje.

Hay que agregar que las dos posturas (dualista y monista) gozan de aceptación entre los investigadores, ya que algunos estudiosos de renombre se adhieren a una o a otra teoría (tal vez la mayoría opta por la existencial del alma).

Al principio podemos decir que “la mente no existe” porque, ¿acaso Ud. puede mostrarle su mente a alguien? ¿Puede decir de qué color es o qué tamaño tiene o cómo es que funciona exactamente? Pues bien, resulta imposible, ya que la mente es sólo un abstracto, una designación humana que hace referencia a un fenómeno intangible y abstracto. En psicología conocemos esto como un “constructo”.

Entonces, la mente es un “constructo”, osea un fenómeno abstracto, y del que podemos negar su existencia. “La mente no existe”. Sin embargo, afirmarlo sería inadecuado, inaplicable desde el momento en que observamos que las personas poseen intenciones propias, iniciativas y determinaciones. Porque, entonces, de dónde proceden esas intenciones, iniciativas y determinaciones? Por tanto, debe existir algo que de forma y carácter a estas intenciones y actitudes. Los científicos han concordado en llamar “mente” a todo aquello que origina el comportamiento, e incluso las emociones y sentimientos propios de los seres vivos.

Lo mismo se puede plantear en cuanto, por eje, a la existencia del alma. ¿Existe el alma? Aquí podríamos sacara a colación la reductio ad absurdum de Euclides —a fin de probar que dos lados de un triángulo son iguales, se asume lo contrario y se demuestra que esto conduce al absurdo: por consiguiente, los lados sí son iguales. Tratándose de la psicología, sea que uno crea o niegue la existencia del alma (o la mente en nuestro caso), el método de trabajo consiste en suponer que no existe. Este presupuesto no contiene nada contrario a la propia fe. La teoría científica busca la verdad a través de aproximaciones y ensayos, y la psicología no pretende imponer dogmáticamente sus nociones acerca de la naturaleza de la mente, pero sí probar, a través de la observación su existencia e integridad.


REFERENCIAS

Bakan, D. (1954). Una reconsideración del problema de la introspección. Psy. Bulletin, Vol 51 (2). Mar 105-118. (Archivo APA, 2012).

Boring, E.G. (1953). A history of introspection. Consciousness is a construct, inferred, not observed. Psychological Bulletin, 50, 169-189.

Herbart, Johann: German philosopher-psychologist, 1776-1841.

Humphrey, G. (1951). Thinking: an introduction to its experimental psichology. Methuen.