Una mirada ética y actualizada sobre la diversidad infantil
La infancia es una etapa de exploración profunda, donde el juego, la imaginación y los vínculos ayudan a construir la identidad. Entre los aspectos que emergen con fuerza está la identidad de género, es decir, el sentido interno de pertenencia como niño, niña o de forma no binaria. Este artículo revisa cómo se manifiesta esa búsqueda, qué ocurre cuando hay malestar persistente y cómo acompañar sin patologizar ni apresurar diagnósticos.
¿Qué entendemos por identidad de género?
La identidad de género es el sentimiento profundo y sostenido de ser hombre, mujer, ambos o ninguno. Aunque suele consolidarse en los primeros años de vida, puede atravesar momentos de exploración, duda o transformación. Esta vivencia no depende únicamente del sexo asignado al nacer, sino de múltiples factores biográficos, sociales y emocionales.
La identidad de género forma parte del desarrollo de la personalidad, pero no debe confundirse con la orientación sexual ni con expresiones de género como la forma de vestir o jugar. Es importante distinguir entre exploraciones propias de la infancia y situaciones donde el malestar con el género asignado es persistente y genera sufrimiento.
Niños con expresión de género diversa
Algunos niños muestran preferencias por juegos, roles o vestimenta tradicionalmente asociados al género femenino. Esto puede incluir el uso de prendas como faldas improvisadas, el interés por muñecas o el deseo de representar figuras maternas en el juego simbólico. También es común que busquen amistades femeninas y se sientan más cómodos en espacios donde pueden expresar libremente sus intereses.
Estas conductas, por sí solas, no indican un problema. Lo relevante es si existe un malestar sostenido con el género asignado, una incomodidad profunda que afecta su bienestar emocional, social o académico. En esos casos, puede ser útil consultar con profesionales especializados en desarrollo infantil y diversidad de género.
Niñas con expresión de género diversa
De forma similar, algunas niñas prefieren ropa considerada
masculina, rechazan vestidos o peinados femeninos, y se identifican
con personajes como superhéroes varones. Pueden pedir que se les
llame por nombres masculinos o expresar el deseo de tener
características físicas asociadas al cuerpo masculino.
Estas manifestaciones pueden formar parte de una etapa exploratoria o reflejar una identidad de género distinta a la asignada. Lo importante es no apresurar juicios ni imponer correcciones. El acompañamiento respetuoso permite que la niña construya su identidad sin miedo ni vergüenza.
Malestar, diagnóstico y acompañamiento
El malestar relacionado con la identidad de género —cuando es persistente, intenso y genera sufrimiento— puede ser parte de lo que hoy se denomina disforia de género (según el DSM-5). Este término reemplaza al antiguo “trastorno de identidad sexual” y busca evitar el estigma, enfocándose en el malestar más que en la identidad en sí.
Para que exista un diagnóstico clínico, deben presentarse síntomas claros y sostenidos, como rechazo al propio cuerpo, deseo intenso de ser del otro género, y dificultades significativas en la adaptación social o emocional. Sin embargo, muchos niños y niñas con expresiones de género diversas no presentan disforia ni requieren intervención clínica.
El papel de los padres y cuidadores
La forma en que los adultos responden a estas expresiones influye profundamente en el bienestar del niño. Comentarios como “qué gracioso te ves disfrazado de mujer” pueden reforzar o confundir la vivencia del infante. Más que corregir o alentar, se recomienda observar, escuchar y acompañar sin juicio.
La cero tolerancia ante conductas no normativas puede generar más daño que beneficio. La infancia necesita espacio para explorar, equivocarse y descubrir. Consultar con especialistas en desarrollo infantil, psicología o sexología puede ofrecer herramientas para acompañar sin patologizar.
Identidad, juego y desarrollo
No todo juego de roles implica una disforia de género. Una niña que disfruta el fútbol o un niño que prefiere socializar con compañeras no está necesariamente cuestionando su identidad. Los roles de género son cada vez más flexibles, y las personalidades andróginas son parte de una diversidad legítima.
En muchos casos, los comportamientos que preocupan a los adultos desaparecen con el tiempo. La niña “marimacha” o el niño “delicado” pueden estar atravesando una etapa de exploración que no requiere intervención, sino comprensión, paciencia y respeto.
Conclusión
La identidad de género en la infancia es una construcción compleja, íntima y cambiante. No todo comportamiento diverso indica un problema, y no todo malestar requiere diagnóstico. Lo esencial es empatizar con apertura, evitar juicios apresurados y consultar con profesionales ante la duda, o cuando el sufrimiento es evidente.
Referencias
American Psychiatric Association. (2013). Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (DSM-5).
Hidalgo, M. A., et al. (2013). The Gender Affirmative Model: What We Know and What We Aim to Learn. Human Development, 56(5), 285–290. https://doi.org/10.1159/000355235
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Rafferty, J., Committee on Psychosocial Aspects of Child and Family Health. (2018). Ensuring Comprehensive Care and Support for Transgender and Gender-Diverse Children and Adolescents. Pediatrics, 142(4), e20182162. https://doi.org/10.1542/peds.2018-2162
