
¿Qué parte de mí es la que los demás recuerdan?
La palabra identidad, tal como la abordamos aquí, no es una esencia fija ni una etiqueta definitiva. Es más bien el conjunto de rasgos, percepciones y relatos que nos configuran en distintos momentos y contextos. Si, por ejemplo, dentro de su grupo de amistades, Juan ha sido reconocido como alguien con gran resistencia y pasión por correr maratones, es probable que, sin importar dónde viva o a qué se dedique, ese grupo lo siga recordando como “el pequeño Juan Pielargo, el buen maratonista”.
Pero Juan también se observa a sí mismo desde otros ángulos. No se siente igual cuando corre una maratón que cuando se sienta frente a su escritorio como vendedor de seguros. La imagen que proyecta en cada espacio es distinta, y no necesariamente contradictoria. Lo que cambia es el foco, el encuadre, la narrativa que se activa en cada entorno.
La identidad, entonces, no es un espejo único, sino una galería de reflejos. Se construye a partir de:
lo que otros dicen de nosotros (miradas ajenas),
lo que creemos de nosotros mismos (experiencia vivida),
y lo que imaginamos que podríamos llegar a ser (expectativas personales).
Estas capas, a veces armónicas y otras veces en tensión, conforman lo que podríamos llamar una identidad general. Pero incluso esa generalidad es una ficción útil: un intento de ordenar lo que, en la práctica, es fluido, cambiante, y muchas veces contradictorio.
Desde esta imagen subjetiva —y a menudo fragmentaria— nace gran parte de lo que sentimos y creemos ser. Por eso la psicología insiste tanto en el concepto de autoconcepto: no como una verdad absoluta, sino como una brújula emocional que orienta nuestras decisiones, vínculos y deseos. Y aunque no siempre somos conscientes de cómo opera, sus efectos se filtran en nuestras emociones, en nuestras elecciones, en nuestras formas de estar en el mundo.
Ahora bien, ¿cómo se entrelazan estas ideas cuando hablamos de identidad sexual, identidad de género y orientación sexual?
La identidad sexual suele referirse al reconocimiento del sexo asignado al nacer —una categoría biológica que, aunque objetiva en términos médicos, no agota la experiencia de ser. Este reconocimiento ocurre en la infancia, pero no implica necesariamente una identificación profunda con ese sexo. Es más bien una toma de conciencia: “nací con estas características”, sin que eso determine por completo cómo me vivo o cómo me relaciono con los demás.
La identidad de género, en cambio, se mueve en el terreno de lo subjetivo. No se trata solo de lo que somos, sino de cómo nos sentimos, cómo nos expresamos, y cómo nos ubicamos en relación con los roles, expectativas y símbolos que la sociedad asocia al género. Aquí entran en juego nuestras habilidades, preferencias, costumbres, y sobre todo, nuestras vivencias. Es un proceso que puede resolverse en la adolescencia, en la adultez, o incluso no resolverse nunca. Y está bien que así sea.
La orientación sexual se vincula con la atracción emocional, afectiva y erótica hacia otras personas. Puede dirigirse hacia un género, hacia varios, o no responder a categorías tradicionales. De aquí surgen términos como homosexual, heterosexual, bisexual, pansexual, asexual… pero más allá de las etiquetas, lo que importa es el vínculo, la resonancia, el deseo.
Finalmente, la identidad trans —que incluye a personas transexuales, transgénero y no binarias— nos recuerda que el sexo asignado al nacer no siempre coincide con la vivencia profunda del género. Una persona trans sabe cuál fue su sexo biológico, pero no se identifica con él. Su tránsito no es una negación, sino una afirmación: la afirmación de una identidad que se construye desde el deseo, la experiencia y la dignidad.
Nota al lector/a
Este texto no pretende cerrar definiciones, sino abrir preguntas. ¿Qué parte de ti es la que los demás recuerdan? ¿Y cuál es la que tú eliges recordar, afirmar, transformar? Tal vez la identidad solo sea parte de una conversación que nunca termina.
Conclusión
La identidad no se define, se vive. Es un relato en movimiento, tejido entre lo que somos, lo que sentimos y lo que otros ven. Tal vez no haya una forma única de ser, sino muchas formas de estar, de elegir, de narrarse a uno mismo. Y en esa apertura, reconocerse.
Palabras clave:
Identidad sexual / Identidad de género / Orientación sexual / Género y percepción / Transexualidad / Roles sociales / Psicología de la identidad