La promiscuidad, entendida como la tendencia a mantener múltiples relaciones sexuales sin compromiso exclusivo, ha sido objeto de juicios morales, explicaciones psicológicas y debates culturales. Sin embargo, su origen podría rastrearse mucho más atrás, en los mecanismos evolutivos que moldearon la conducta reproductiva de nuestra especie. Este artículo propone explorar la promiscuidad como un fenómeno filogenético, es decir, como una estrategia adaptativa que emergió durante la evolución humana.
Promiscuidad y evolución: ¿una estrategia adaptativa?
Desde la antropología biológica, se reconoce que la conducta sexual humana no responde únicamente a normas culturales, sino también a presiones evolutivas. En muchas especies, la promiscuidad ha sido una vía para maximizar la diversidad genética y asegurar la supervivencia de la descendencia. En el caso del Homo sapiens, esta estrategia parece haber coexistido con otras formas de vinculación como la monogamia cooperativa o la poliginia.
Autores como David Buss y Sarah Hrdy han mostrado que la promiscuidad masculina puede entenderse como una forma de aumentar la probabilidad de reproducción, mientras que la femenina puede estar vinculada a la selección de mejores genes o a la obtención de recursos múltiples (González, Arias, Bernal, et al., 2023). Estas tendencias no son universales ni deterministas, pero sí revelan patrones que han influido en la evolución del deseo humano.
Roles reproductivos y diferenciación sexual
Durante la evolución, la diferenciación de roles reproductivos entre machos y hembras generó presiones distintas. Mientras que la mujer (hembra) invierte más tiempo y energía en la gestación y el cuidado de las crías, el hombre (macho) ha tenido históricamente mayor libertad para buscar nuevas oportunidades reproductivas. Esta asimetría ha sido observada en primates y otros mamíferos, y ha dejado huellas en la conducta humana.
La necesidad de cuidado maternal prolongado limitó la movilidad sexual femenina en contextos ancestrales, mientras que la ausencia de cambios fisiológicos post-coito en el hombre permitió una mayor disponibilidad para nuevas cópulas. Esta diferencia no implica superioridad ni destino biológico, sino una base sobre la cual se construyeron normas sociales posteriores.
Cerebro, deseo y plasticidad
La neurociencia ha revelado que el deseo sexual está mediado por sistemas cerebrales complejos, como el circuito de recompensa dopaminérgico y las regiones límbicas asociadas al apego y la motivación. Aunque existen diferencias hormonales entre sexos, el cerebro humano posee una notable plasticidad que permite modular el deseo según el contexto, la cultura y la experiencia.
Esto significa que, aunque la promiscuidad pueda tener raíces evolutivas, no está predeterminada. La capacidad de autocontrol, empatía y decisión ética también forma parte del repertorio humano, y permite elegir entre múltiples formas de vinculación.
Reflexión final: ¿naturaleza o responsabilidad?
Reconocer el origen filogenético de la promiscuidad no implica justificarla sin más. La evolución explica tendencias, pero no prescribe conductas. El ser humano, a diferencia de otros animales, ha desarrollado sistemas morales, vínculos afectivos y acuerdos sociales que permiten regular el deseo en función del respeto mutuo y la dignidad personal.
La promiscuidad puede ser vista como una expresión natural del deseo, pero también como una oportunidad para reflexionar sobre cómo queremos vivir nuestras relaciones. El desafío no está en negar el impulso, sino en integrarlo con conciencia, cuidado y responsabilidad.
Referencias
González, P. N., Arias, A. C., Bernal, V., et al. (2023). Antropología biológica y neurociencias: los estudios del cerebro en el linaje humano. Revista Argentina de Antropología Biológica, 25(1), e061. Redalyc
Bargas, M. L. (2015). “El diablo en el ADN”. Promiscuidad, infidelidad, violencia y violación según la sociobiología de Barash y la psicología evolucionista de Buss. Dialnet. PDF
Hrdy, S. B. (2009). Mothers and Others: The Evolutionary Origins of Mutual Understanding. Harvard University Press.
Sanguineti, J. J. (2016). Neurociencia y antropología. Universidad Austral. PDF
Wrangham, R. W., & Glowacki, L. (2012). Intergroup aggression in chimpanzees and war in humans. Current Anthropology, 53(5), 664–676.