El amor es un elemento esencial en la vida de pareja. Si no es por conveniencia económica o de cualquier otro tipo, el amor es algo bueno que puede hacer de la vida algo mucho más placentero, enriquecedor y con sentido. Sin embargo, ¿qué hay de las uniones heterosexuales en donde el hombre descubre su homosexualidad? ¿Qué pasa con el amor? ¿Es posible seguir queriendo a alguien sabiendo las diferencias de preferencia sexual que existen entre ambos?
Antes que todo debemos diferenciar entre lo que es amor propiamente dicho, y erotismo sexual. "En el amor, el ser amado es concebido como un ser peculiar y singular en su ser-así-y-no-de-otro-modo; es concebido como un tú y acogido como tal por otro yo", dice Viktor E. Frankl. Si una mujer ama a su marido por ser como es, entonces estamos hablando de amor puro, de verdadero amor, independientemente de que haya o no un placer sexual detrás de todo esto. En este sentido, la pareja es insustituible e irreemplazable para quien le ama.
Podríamos decir que las actitudes hacia la relación de pareja se pueden estratificar en tres capas diferentes ―según Frankl―, a saber: la sexual, la erótica y la de amor. La actitud sexual, la más primitiva de todas y a la vez la más superficial es el producto de la apariencia física y la excitación de la pareja sexualmente predispuesta. La actitud erótica hace referencia más bien al estado de enamoramiento, algo que va más allá (o penetra más profundo) que lo puramente sexual, es decir que su actitud no la dicta propiamente el impulso sexual sino también lo hace el estado anímico de la otra persona.
"Las cualidades físicas de la otra parte ―dice Frankl―, producen en nosotros una excitación sexual, de sus cualidades anímicas, en cambio, nos enamoramos. Sin embargo, ni lo físico ni lo anímico llegan a la actitud más profunda de todas, que es la actitud del amor (tercer estrato)." El amor es, por decirlo así, la expresión más alta de lo erótico (en el sentido más amplio del término) y la vinculación con algo espiritual. Esto explica el por qué algunas personas después de enterarse de que su pareja es gay o lesbiana, siguen estando enamoradas de él o ella, o incluso siguen experimentando el amor.
De esta manera, el ser que experimenta amor hacia el otro no teme por la decepción al acceso corporal, físico y sexuado de la otra persona, sino más bien teme profundamente sobre los cambios que ahora se van a dar en la relación puramente psico-afectiva, o bien a la incertidumbre que genera esa situación. Sin embargo, es importante hacer notar que dicha relación no cambiará en su esencia debido simplemente a que las personas no han hecho nada para ser como son, y solamente deben seguir siendo tal cual son, y por ello no debiera haber decepciones al respecto. Las decepciones surgen con la separación y distanciamiento entre los seres que en un principio sintieron amor verdadero.
(Artículo: Sé que soy gay: ¿debo decírselo a mi mujer?)
(Artículo: Sé que soy gay: ¿debo decírselo a mi mujer?)
Si el amor (en este caso del esposo) "le es robado" por otro hombre, su enamoramiento dirigido en primera instancia hacia la mujer deberá encarar o no una terminación definitiva. El amor puede seguir existiendo entre la pareja, pero si acepta la terminación será en este caso la mujer quien sufrirá una vejación sentimental mucho mayor que incluye la separación física y, consecuentemente, psicológica y espiritual. La parte más traumática será siempre la separación en sí, cualquiera que sea la situación, pues nadie en su sano juicio puede olvidar tan facilmente una relación que en algún momento fue significativa. Ya sea que el hombre engendre o no sentimientos de culpa o pena profunda, los resultados dependerán siempre de la forma en que maneje esa situación.
Entonces, el amor puede seguir existiendo a pesar de no haber más relación física, y por supuesto, sexual. Si este es el caso, las personas pueden seguir viéndose y relacionándose como lo hacían antes, con la diferencia de que ya no hay sexo entre ellos. Algunos llamarán esa actitud como de "sangre fría", pero es necesario recordar que a veces las personas necesitan de alguien como compañero de apoyo psicológico y espiritual sin que eso involucre necesariamente el sexo. Todo dependerá, en última instancia, del acuerdo a que se pueda llegar y de la capacidad de comprensión y aceptación por parte de los implicados.