Cómo se forman, se mantienen y cambian las actitudes

Para cambiar nuestras actitudes necesitamos coraje,
 valor y determinación. Cambiar una actitud

 puede representar un cambio de vida.

Las actitudes son predisposiciones aprendidas para responder de manera favorable o no ante un objetivo o situación determinada. También se pueden definir como la manera de estar alguien dispuesto a comportarse u obrar. Así, las personas tendemos a desarrollar actitudes específicas que son determinadas por nuestra forma de pensar, la naturaleza de una situación o la presencia de ciertas personas, entre otras cosas.

Se dice que una actitud tiene tres componentes: cognitivo, emocional y conductual. Si logramos cambiar uno de estos elementos, los otros dos cambiarán consecuentemente.
Por ejemplo, si Juan ha decidido unirse a una manifestación para protestar en contra de los abusos bancarios, podemos analizar su actitud en base a estos tres componentes. Su proceder estará pues determinado por una experiencia personal en cuanto al pago de su deuda, él sabe (componente cognitivo) que el banco le ha cobrado un exceso de intereses, lo cual le parece injusto y lo ha puesto rabioso y de mal humor (componente emocional), por tanto ha decidido salir a la calle con un cartel en mano y unirse a otras personas que han pasado por la misma experiencia (componente conductual).

Todas las actitudes pueden explicarse básicamente en términos de estos tres componentes, aunque varían según cuál de los tres sea el predominante. Por ejemplo, Julia puede intentar quitarse la vida porque recientemente se enteró que su marido la engañaba desde hacía varios años. El componente principal en este caso puede ser el emocional, que es el que está impulsando un comportamiento suicida y reforzando una serie de ideas obsesivas de baja autoestima. En la práctica, las interacciones de estos componentes pueden ser muy complejas y difíciles de comprender.

Si en el acto suicida predominara un componente de tipo cognitivo, podría inferirse, por ejemplo, una creencia muy arraigada sobre la necesidad de quitarse la vida por un propósito “más elevado”, como ocurre en algunas sectas extremistas religiosas. Sea como sea se explique una actitud, siempre encontraremos la presencia de una cognición, una emoción predominante y un comportamiento determinado.

Cualquier intento para cambiar una actitud, deberá implicar también un cambio en cualquiera de estos componentes. Los psicólogos sociales (y por supuesto, cualquier interesado) pueden, a partir de este principio, predecir las actitudes de la gente, entender las actitudes actuales y modificar las futuras. Este estudio también lo realizan en profundidad los interesados en el cada vez más popular neuro-marketing (ciencia que estudia la predicción conductual del consumidor).

Cómo se forman y mantienen las actitudes


Si bien es cuestionable que las actitudes se heredan, ¿será posible afirmar que los bebés poseen actitudes hacia sus padres? El desarrollo de actitudes, aunque no se ha demostrado que nacemos con ellas, empieza desde edades muy tempranas y se mantienen a lo largo de toda la vida. En otras palabras, nunca dejamos de adquirir nuevas actitudes y modificar las viejas. Todo esto ocurrirá mientras tengamos la necesidad de seguir adaptándonos a nuevos entornos o situaciones.

El condicionamiento clásico o pavloviano puede explicar de manera plausible la formación de actitudes. De esta forma, la asociación entre estímulos externos y emociones individuales son los ingredientes que generan las nuevas actitudes y también las refuerzan y mantienen. Un ejemplo dramático que demuestra esta paridad de eventos se puede ver en solados sobrevivientes de guerra, quienes actúan de manera alarmante frente a situaciones, olores o personas que, en situaciones normales, no tendrían ningún efecto emocional, pero que en estos las condiciones estuvieron presentes en el campo de batalla, y terminaron asociándose con estímulos nocivos, dando origen así a los bien conocidos y documentados traumas psicológicos de guerra.

El mismo fenómeno de asociación puede ocurrir a la inversa. Cuando los estímulos se asocian con emociones positivas, como el olor del perfume la noche que conocimos a nuestra pareja, puede despertar en el futuro actitudes positivas cada vez que tengamos contacto con ese olor en particular.

El condicionamiento operante o skinneriano es otra forma de explicar la aparición y mantenimiento de actitudes. Los vítores o alabanzas (admiración) que genere un comportamiento harán que este aparezca con más frecuencia en el futuro (refuerzo positivo), en tanto que su rechazo o la ridiculización lo hará desaparecer con el tiempo (refuerzo negativo).

Las actitudes también pueden aparecer gracias a un proceso de aprendizaje conocido como comportamiento vicario, el cual consiste en imitar a alguien, ya sea por valores propios (admiración de una persona) o por necesidad (búsqueda de adaptación a una situación desconocida, como cuando se vive en el extranjero). El aprendizaje vicario ocurre por medio de la observación atenta, y generalmente se da en aquellas personas que están en proceso de desarrollo o en una búsqueda de la propia identidad, y no se tiene una experiencia directa con la situación en concreto. Así, por ejemplo, un niño puede adoptar un aprendizaje vicario con respecto a un jugador de fútbol o de baloncesto que admira profundamente, así como intentar imitar a un pillo que ha visto en la TV y con el que se ha identificado ampliamente. También lo hace normalmente con sus propios padres, adoptando en paralelo sus valores y puntos de vista de temas diversos, formándose así un juicio pre-establecido o prejuicios, que más adelante aplicará para valorar situaciones similares.

Probablemente, la televisión y el cine tienen un papel predominante en la influencia de actitudes y valores sobre la población infantil y adolescente. Hoy día el mundo está cambiando en ese aspecto. A estos medios se agrega el Internet como un medio masivo que ya no depende de unos cuantos afortunados y en el que se observa una mezcla cada vez más inclusiva de posturas distintas, contrarias y polémicas que, en definitiva, contribuye a una proliferación de opiniones.

Las posibilidades que tienen muchos de volverse literalmente famosos en YouTube, por eje, es algo por completo nuevo y sorprendente. Y ese fenómeno también cambia drásticamente las actitudes de muchas personas ante la vida. La misma diversidad de opiniones y aparición de personajes novedosos cada minuto hace que las personas reflexionen más con respecto a los valores adquiridos, lo cual implica una actitud, a mi juicio, en todo aspecto más saludable.

Los machistas de pronto se dan cuenta de la estupidez y limitaciones silenciosas que esconde en el fondo su postura unilateral. Los feministas ya no lo son tanto, porque han comprendido que los extremos son perjudiciales. Aparece entonces un consenso en una población joven más atinada y adaptada a observar las diferencias en cuanto a valores y actitudes sociales alrededor del mundo. Otros apuntan, posiblemente, hacia una actitud más bien elevada de silencio y meditación, etc.

Persuasión, o el arte de modificar las actitudes


Los publicistas, al igual que muchos políticos, religiosos o motivadores, son “maestros de la persuasión”. Los publicistas en particular, a través de imágenes y la música pueden hacer que los usuarios empiecen a consumir (o consuman más) un producto determinado. No es suficiente que aparezca un personaje popular o atractivo para presentar un producto, es necesario también que el personaje en cuestión sea el adecuado para el producto que se quiere mostrar. No es suficiente que una presentadora sea solamente atractiva; también es importante que esta refleje las cualidades que el producto intenta proyectar al público objetivo.

Se ha comprobado que los estímulos asociados en el contexto adecuado tienen el poder de convencer y sugestionar a las personas. Esto es justo lo que estudian los publicistas e interesados en el neuro-márketing.

Muchos principios de psicología social (y específicamente en el tema de la persuasión) son materia de estudio de los publicistas y especialistas del marketing.

Se han identificado tres elementos que hacen que una persuasión sea efectiva: a) las cualidades o fuente del mensaje, b) las características del mensaje, y c) las características del receptor.

La efectividad de persuasión de un mensaje está directamente relacionada con las cualidades de la persona que intenta persuadir. A esta persona se le conoce como el comunicador de actitud. Así, podemos deducir que un comunicador atractivo puede tener un mayor impacto sobre aquellos a los que intenta persuadir. No obstante, deberá contar también con ciertas habilidades sociales.

Por supuesto, el atractivo de una persona es sólo una de tantas cualidades. Existen otras tales como el prestigio académico o demostración de conocimientos, así también tenemos por eje, el grado de confianza que inspira en los demás. No es igual que un ex-presidente de EEUU haga un llamado a la consideración de los pobres, a que el mismo mensaje sea transmitido por el Papa actual. El grado de persuasión debido a las cualidades de una persona es significativo, pero si esta persona, dado el caso, despierta la sospecha de sacar un provecho personal de su actuar, el efecto inmediato es el contrario, y el mensaje pierde credibilidad. Las pretensiones ambiciosas pueden evaluarse muy mal en cualquier sociedad del mundo, sin importar que tan buen comunicador sea el que transmite el mensaje. Es más, hablar en contra de los propios intereses parece ser, después de todo, un poderoso ingrediente persuasivo.

Un cambio de actitud no es suficientemente efectivo si sólo existe un comunicador confiable, conocedor, carismático o atractivo, también es importante reparar en las cualidades y contenido del mensaje. En general, se puede afirmar que un mensaje que implique un contenido a favor y otro en contra es más creíble y certero que uno que sólo presenta los puntos favorables o de conveniencia. La combinación entre un buen comunicador y un mensaje inclusivo tienen mucha más efectividad.

El tercer elemento hace referencia a las características del receptor. No es lo mismo, por eje, intentar influir a una persona muy inteligente y preparada que a otra con capacidades normales. El grado de información que el receptor tenga influye mucho en la manera como este va a acatar el mensaje. Hay quienes suponen que la inteligencia del receptor está relacionada con la susceptibilidad a la persuasión. Esta relación, por supuesto, no es tan simple como parece, ya que se ha comprobado que una inteligencia alta puede ayudar a la persuasión así como entorpecerla.

Un mensaje, por ejemplo, sobre el peligro de contraer SIDA por bezar a alguien infectado, puede alarmar a una población que desconoce el hecho de que el SIDA tiene muy pocas probabilidades de transmitirse por la saliva. Es decir, el conocimiento y cultura de una población puede hacerla menos vulnerable al cambio de actitudes si conoce más a fondo el tema sobre el que se comunica.

Un receptor inteligente tiene más probabilidades de asimilar y recordar mejor un mensaje, por lo que, con el tiempo y la repetición, llegue tarde o temprano a persuadirlo. Por otro lado, un receptor inteligente también tiende a tener más confianza en su propia opinión, por lo que un mensaje contradictorio podría de inmediato ponerlo en guardia y rechazar el mensaje definitivamente. En general, varios estudios confirman que las personas “muy inteligentes” son más resistentes a la persuasión que las personas con un CI normal (Rhodes y Wook, 1992).

El género del receptor puede mostrar también una variable en cuanto a la susceptibilidad de sugestión. Así, por ejemplo, la psicóloga social Alice Eagly encontró que los hombres parecen ser menos vulnerables a la persuasión que las mujeres, especialmente cuando tienen más conocimiento sobre la temática. A pesar de estos hallazgos, las diferencias entre género no son significativas.

La forma en que el receptor procesa la información que recibe es otro factor de influencia en la susceptibilidad a la persuasión. En psicología social se han descubierto dos formas de llevar a cabo este procesamiento de datos: a) por vía central, y b) por vía periférica.

En el procesamiento por vía central, la persona hace una reflexión sobre el mensaje recibido, y evalúa la credibilidad del mismo (actitud inteligente). En el procesamiento por vía periférica, la persona, lejos de reflexionar y valorar el mensaje, se deja influenciar incluso por factores irrelevantes al tema en cuestión, por eje, cuando se acepta un mensaje casi a ciegas sólo porque lo dijo un cantante o un futbolista muy popular y al cual se le tiene cierta admiración.

A largo plazo, los mensajes que han sido evaluados y reflexionados tienen más efectividad en el cambio de nuestro comportamiento que aquellos que han sido tomados a la ligera. Sin embargo, un mensaje no pensado o “no reflexionado” adquiere cierto poder con la repetición constante e involuntaria de quien lo percibe. Aquel que procesa por vía central pierde interés en el mensaje a largo plazo, pero los estímulos asociados a este (o factores periféricos) adquieren entonces cierta importancia. De aquí la protesta a la “contaminación publicitaria”.

Una fuente anónima tiene más probabilidad de hacer efectivo un mensaje cuando este requiere de más razonamiento y comprensión, mientras que los mensajes más “superficiales” (o simples) tienen mayor efectividad cuando son transmitidos por celebridades. Poner más atención al personaje, en otras palabras, es darle más importancia a la presentación que al contenido. Eso explica el gran impacto que tienen estas personalidades cuando promocionan un producto (o mensaje) adecuado a su imagen.

Conclusión


Nuestra actitud ante una noticia o mensaje dado, va a depender de cuán informados estemos al respecto y la manera en que procesemos la información. Todos hablamos y promovemos las ideas que consideramos correctas, escuchamos la opinión de los demás y la comparamos con la nuestra para ver qué tan “válida” es.

No cabe duda que nuestras actitudes están influenciadas todo el tiempo por la información que adquirimos del medio. Tenemos preferencias por algunas personas a quienes consideramos más acertadas, y no tanto por ser atractivas, sino por ser eso: acertadas, porque lo que dicen y hacen coincide más con nuestros valores o formas de pensar. Nos enfrentamos así a opiniones distintas, tomamos en cuenta algunas y desechamos otras, valoramos y reflexionamos de acuerdo a experiencias pasadas, y a veces nos decepcionamos de quienes creíamos eran diferentes. Nos hacemos ilusiones, tenemos expectativas, y al final, con todo este conglomerado de actividades mentales, tomamos una decisión y nos comportamos de cierta manera que, puede ser, no la más apropiada.

Yo creo que el camino de los grandes líderes internacionales (o locales), la opinión noticiosa de CNN o el gran conglomerado de actividad publicitaria, sólo pueden agregar más información a nuestro acervo intelectual, pero será cada vez más difícil que nos persuadan o que determinen la manera en que debemos comportarnos, en tanto despertemos ante nuestra propia capacidad de decidir. Nuestra capacidad de decisión es un potencial innato, y podemos practicarlo en tanto seamos conciente de él.

Estar predispuestos para actuar (tal como dice la definición de actitud al principio de este post) es lo mismo que decir: actuar según nuestros prejuicios. En la medida en que podamos hacer conciencia de nuestras propias actitudes (auto-observación?) podremos ciertamente cambiarlas en el futuro a voluntad. En otras palabras, somos nosotros mismos quienes decidimos adoptar tal o cual actitud, en tanto nos volvemos reflexivos y auto-críticos de estas. La mejor actitud, no es la que otros puedan sugerirnos, la que adoptamos cuando niños o la que, por consenso, nos dice la sociedad es la mejor, sino la que nosotros mismos, tomando en cuenta nuestro sentido común y propias circunstancias de vida, decidamos ejecutar. Yo sugiero, como primer paso en la búsqueda de una actitud más sensata y acorde a nuestra situación, “apagar” de vez en cuando nuestro switch de atención a tanta “basura ambiental”, acallar nuestros pensamientos (tal como sugiere Eckhar Tolle) y aprender a escuchar el silencio interior. Ahí encontraremos una forma de actuar más acertada y acorde a nuestras verdaderas necesidades.

REFERENCIAS

Cialdini, R.B. (1984). Social influence. Nueva York: William Morrow.

Eagly, A. (1989). Meta-analysis of sex differences. Annual conference on adversity, University of Massachusetts, Amherst.

Eagly, A. & Chaiken, S. (1993). The psychology of attitudes. Fort Worth, TX: Harcourt Brace Jovanovich.

Petty, R.E. & Cacioppo, J.T. (1986). The elaboration likelihood model of persuasion. En L. Berkowitz, Advances in experimental social psychology (Vol, 10). Nueva York: Academic Press.

Rajecki, D.W. (1989). Attitudes (2da., ed.). Sunderland, MA: Sinauer.

Rhodes, N. y Wood, W. (1992). Self-esteem and intelligence affect influenceability: The mediating role of message reception. Psychological Bulletin, 111, pp. 156-171.