Cuando una pareja de gays o lesbianas deciden adoptar un niño o niña, muchos se preguntarán: ¿entonces, quién hace de padre y quién de madre? ¿Acaso la ausencia de un padre (entre lesbianas) o una madre (entre gays) pone en riesgo la identidad sexual y el desarrollo psicológico normal del infante?
Vicent R. Llopis Sala (1995) sostiene que lo que determina el éxito en la
educación y desarrollo psicosocial de un menor adoptado, no es tanto la
orientación
sexual de los padres, sino el estilo educativo y el talante de estos. Entre los requisitos necesarios para que una familia sea o no idónea, debemos destacar: a) el ajuste personal y social de la pareja que ha decidido adoptar, b) el apoyo familiar que existe, c) la buena actitud y motivación por la adopción realizada, y d) un estilo de vida aceptable que pueda brindar al infante un ambiente de aceptación, cariño y solvencia de necesidades básicas.
sexual de los padres, sino el estilo educativo y el talante de estos. Entre los requisitos necesarios para que una familia sea o no idónea, debemos destacar: a) el ajuste personal y social de la pareja que ha decidido adoptar, b) el apoyo familiar que existe, c) la buena actitud y motivación por la adopción realizada, y d) un estilo de vida aceptable que pueda brindar al infante un ambiente de aceptación, cariño y solvencia de necesidades básicas.
En Psico-Asesoría Enlínea creemos necesario compartir estudios
importantes relacionados al desarrollo psicológico en infantes adoptados
por parejas del mismo sexo. En latinoamérica, aunque no está a la
vanguardia en dichas investigaciones psicológicas, enfrenta hoy día una práctica
legal y jurídica en cuanto a las adopciones homoparentales que ya son una
realidad, y que, como tema de debate, está cobrando cada vez más
importancia.
El estudio de cómo el rol sexual en parejas gay y lesbianas puede
afectar el desarrollo de la identidad sexual en el menor es un área de
especial importancia para la psicología. Existen dos posturas fundamentales que
se dividen en: a) aquellos que creen que no puede haber un desarrollo
psicológico normal en el infante si no posee un padre y una madre biológicos, y
b) los que creen que la presencia de un padre y una madre no es esencial para el
desarrollo adecuando de un niño(a).
Los del primer grupo tienden a creer, por ejemplo, que el famoso
complejo de Edipo (punto de vista freudiano), entre otras cosas, no puede llegarse
a resolver satisfactoriamente bajo circunstancias homoparentales, condenando al
niño(a) al fracaso en adquirir una identidad sexual adecuada y
a desarrollar el deseo sexual por el sexo opuesto. Las
conclusiones a las que han llegado varios y respetables estudios realizados
indican, no obstante, lo contrario (Santrok, 1977; Hetherington, E. M., 1972;
Brenes, M. E., Eisenberg, N., Helmstadter, G. C., 1985; Golombock, S., Spencer,
A., y Rutter, M., 1983).
¿Qué tanto influyen los padres en el desarrollo psicosexual del infante?
Aunque teóricamente existen argumentos para justificar las posibles
dificultades que pueden surgir en la adopción gay (identidad sexual), la
realidad que se nos presenta y los estudios realizados muestran aspectos bien
distintos. Por un lado cabe destacar que el menor en la mayoría de los casos
puede disponer de otras figuras de apego importantes en su desarrollo evolutivo
(abuelo/a, tío/a, amigo/a, etc.) con las que establecer una identificación
sexual. Además también parece ser que en la actualidad se tiende a una división
menos tajante de los roles femenino y masculino, porque hay un mayor grado de
flexibilidad y de superposición. Educamos a los menores en esta línea intentando
integrar los roles y encaminándonos a una sociedad más andrógina y más adaptada
con la situación actual (Buil, García-Rubio, Lapastora y Rabasot, 2005).
Judith Rich Harris, psicóloga investigadora norteamericana, ha escrito un
libro llamado The Nature Assumption ("El Mito de
la Educación" en su edición en castellano) donde critica la
creencia de que los padres son el factor más importante en el adecuado
desarrollo de la personalidad de un niño, y donde presenta evidencia
que indica lo contrario.
En esta obra, publicada en 1998, Harris propone la revolucionaria idea de
que los padres en realidad tienen una mínima influencia sobre el
desarrollo de la personalidad de sus hijos a medida que estos crecen.
La mayoría de estudios que se han llevado a cabo en esta área del desarrollo,
según la autora, no han logrado controlar las influencias genéticas o hereditarias que dan forma y carácter al niño en cuestión. Así, por ejemplo, si
los padres agresivos son más propensos a tener hijos agresivos, esto no
necesariamente demuestra que hubo un aprendizaje por imitación,
ya que los genes tienen injerencia en esta conducta también. Harris
sostiene la idea de que los niños se identifican con sus compañeros de clase y
compañeros de juego más bien que con sus padres, ya que con estos aprenden a
modificar su comportamiento para adaptarse con el grupo de iguales, lo
cual, en última instancia, tiene sentido, ya que ayuda a formar el carácter de
la persona en el trato interactivo, tal como ocurrirá a lo largo de la
vida.
Si bien los valores transmitidos por los padres pueden influenciar en
cierta forma el comportamiento de un niño a lo largo de su vida, la
homosexualidad no se determina en función de valores, tal como tiende
a confundir la Iglesia. Es por eso que no se ha logrado establecer indicios de
mayor frecuencia en inclinaciones homosexuales en hijos de padres gay o
lesbianas. La diferencia en cuestión de valores pinta incluso un panorama más
favorable en los hijos de padres gay, ya que estos niños tienden
a manejar menos prejuicios y ser más
tolerantes con las diferencias individuales de sus compañeros en
comparación a niños criados en familias tradicionales.
Parece ser que los roles sexuales que pueda tener una pareja gay o lesbiana
influyen de forma superflua en el carácter y personalidad de un niño adoptado.
Los roles sexuales que adopta un niño o una niña respectivamente están
más influenciados por la genética que por la presencia significativa de una
figura paterna o materna. Esto explica por qué los niños huérfanos o
aquellos que han perdido un progenitor de su mismo sexo a corta edad no
necesariamente presentan desviaciones en su rol o identidad sexual. De esta
suerte los niños varones que carecen de un padre (o figura paterna) no dejan de
adquirir hábitos viriles. Así mismo se sabe de niños criados exclusivamente por
parejas lesbianas que no carecen de rasgos masculinos propios de su sexo.
La misma naturaleza del niño o la niña lleva a buscar su identidad
original, independientemente de los valores que se le traten de inculcar a lo
largo de su niñez. Un claro ejemplo de esto se puede encontrar en el lamentable
caso de David Reimer, publicado en Cambio de identidad de género: un frustrado intento.
A pesar de la cirugía realizada por los médicos para amputar su pene (como
consecuencia de un accidente) y los esfuerzos de su madre por educar a su hijo
como una niña (por indicación de un médico), David Reimer nunca dejó de
ser varón y sentirse y comportarse como tal, buscando más adelante
reconstruir su pene y reintegrarse a la vida que natura le había dado: la de un
hombre. Si esto no es un buen ejemplo de que la identidad sexual se trae en lo
más íntimo del ser, ¿qué puede serlo?