Se dice que el optimismo es una actitud
emocional. En términos de Martin Seligman, es la manera como cada
persona percibe la causa de su éxito o fracaso. Es decir, si la
causa (generadora de éxito o fracaso) puede o no ser modificada por
propia voluntad.
Si un atleta cree que la causa de su
éxito se debe a su esfuerzo y voluntad, tendrá más probabilidades
de éxito en el futuro que aquel que cree en la suerte o casualidad.
En lo sucesivo, aquel quien cree
tener el control de su situación puede considerarse como alguien
optimista. Lo contrario de aquel quien cree que la causa de su éxito
o fracaso es un factor que va más allá de su voluntad, esfuerzo o
deseo.
El éxito, para una persona pesimista,
se define básicamente debido a una “casualidad”, “suerte” o
“gracia divina”. Para una persona optimista, se define por la
combinación de dos factores: talento razonable, y una convicción de
seguir adelante a pesar de las derrotas y los sentimientos de
frustración.
Formular un plan Vs intuición
Podemos considerarnos optimistas
realistas hasta donde sabemos
que tenemos control de la situación. En este sentido, el optimismo
puede verse limitado por la incertidumbre de un futuro incierto o la
confusión de una situación actual.
Creer
tener éxito en una habilidad que aún no hemos desarrollado es como
caer en el optimismo ingenuo,
a partir del cual empezamos a generar esperanzas sin sustento.
La diferencia no
está en afirmar nuestra creencia y “hacer nuestra fe más grande”,
sino en hilar con sentido común nuestras habilidades ya
adquiridas con las que creemos podemos adquirir. Es como aprender
a escuchar esa voz interior que nos afirma o niega nuestros planes.
Planificar sobre
la marcha puede ser una buena opción, porque conocemos de primera
mano cuáles son las circunstancias y oportunidades. También nos
permite intuir con mayor facilidad debido a la frescura del momento.
Si por ej, somos
rechazados después de entrevistarnos para aplicar a un trabajo
determinado, pero somos optimistas, probablemente reaccionemos de
manera activa y esperanzada, formulando un nuevo plan de acción,
buscando consejo para desempeñarnos mejor en otra ocasión, etc.
Pero
también existe otra respuesta a la dificultad, sin dejar de ser
optimista: observar las alternativa a nuestro alrededor.
Comenzando por nosotros mismos, es decir, observándonos a nosotros
mismos, sobre lo que sentimos respecto a la situación.
¿Presentimos que esto no va a funcionar? ¿De que ese trabajo no nos
satisface del todo? ¿Podríamos decir que somos mejor en otro tipo
de labores?
El
propósito sería intuir sobre la situación.
Si nuestra intuición nos indica que estamos en lo que nos gusta y de
verdad queremos ese tipo de trabajo, deberemos efectivamente cambiar
la estrategia, buscar consejo más apropiado, un trabajo similar en
otra parte o seguir buscando más alternativas, etc.
El
sentido del optimista puede por tanto adquirir varias formas
dependiendo de la situación. No todo consiste en esforzarse y seguir
adelante. A veces el optimismo significa adaptarnos a los
recursos, aceptar las
condiciones temporales, esforzarnos más, cambiar o mejorar algo
determinado, reflexionar o intuir si vamos por el camino correcto,
etc. Procurar un optimismo inteligente
y razonable, que no se vuelva un auto-engaño sin sentido.
Puede existir una
línea fina que separa el optimismo y el sentido de fracaso, y
constantemente podemos saltar de un sentimiento a otro. Se dice que
el persistir es bueno, pero también lo es asegurarnos de que vamos
en la dirección correcta.
Conclusión
El optimismo
es una forma de pensar que implica una capacidad propia de cambiar
los resultados si estos no nos satisfacen. Al contrario, el pesimista
cree que la causa de sus dificultades o falta de éxito se deben a
factores externos y siente que no puede hacer nada para cambiar la
situación.
El optimismo
inteligente hace una combinación de varios factores, en los que
implica una conciencia realista de las cosas que puede y no puede
cambiar de sí, así como un sentido de intuición para saber si algo
vale realmente el esfuerzo de seguir adelante a pesar de que los
resultados no sean los esperados.
Los
absolutos, el poner todo en negro y blanco, por lo general no traen
buenas consecuencias. Pero si sabemos o intuimos que
podemos ser buenos en algo, no
hay límites para alcanzar lo que queremos. Esa combinación entre
querer e intuir correctamente
posee un efecto especial y poderoso en cualquier cosa que nos
propongamos en la vida.
La
creencia de que uno tiene dominio sobre los acontecimientos de su
vida, y poder aceptar los desafíos tal como se presentan, es lo que
los psicólogos denominan autoeficacia.
Esta condición no sólo hace que las personas sean óptimas en lo
que hacen, sino las impulsa a buscar nuevos y más grandes desafíos.
Albert Bandura, el famoso
psicólogo de Stanford decía: “las convicciones de la gente con
respecto a sus habilidades ejercen un profundo efecto en esas
habilidades. La habilidad no es una propiedad fija; existe una enorme
variabilidad en la forma en que uno se desempeña. Las personas que
tienen una idea de autoeficacia se recuperan de los fracasos; abordan
las cosas en función de cómo manejarlas en lugar de preocuparse por
lo que puede salir mal.”
ARTÍCULOS RELACIONADOS: