Las necesidades de la vida nos
enfrentan generalmente a situaciones de estrés que debemos resolver
de una u otra manera.
Algunas personas son más vulnerables a
este tipo de situaciones, y a veces no cuentan con buenas
estrategias, o tienen estrategias insuficientes.
Las respuestas al estrés pueden ser de
tipo emocionales o fisiológicas. Algunas personas
responden más emocionalmente, y otros más orgánica o
fisiológicamente. Esto puede depender de ciertos rasgos de
personalidad o el carácter o biología de cada quien.
Childs y cols, (2014) examinaron las
respuestas al estrés psico-social agudo según la
personalidad de los participantes. Encontraron que algunos rasgos
de personalidad (por ej, tendencia a la extraversión, a dominar
a los demás, a socializar con los demás, al neuroticismo,
espontaneidad, impulsividad, perfeccionismo, etc.) pueden
efectivamente no sólo modificar la manera como los sujetos perciben
la situación, sino también la forma en que responden
fisiológicamente sus cuerpos, como alteración cardíaca, niveles de
cortisol en la sangre, presión arterial, etc., que vulneran a la
persona a padecer trastornos físicos a largo plazo.
La emotividad negativa, como
rasgo de personalidad, aparte de relacionarse con mala salud y
enfermedades cardiovasculares, según estos investigadores, puede
asociarse a una respuesta aversiva momentos después del
acontecimiento estresante. Así como también a la angustia
emocional, depresión y otros trastornos de ansiedad.
A continuación analizaremos cada una
de estas formas de respuesta.
Respuestas emocionales
Es frecuente observar en la población
común síntomas de ansiedad (tomar en cuenta que ansiedad y
estrés no es lo mismo). Estos síntomas se expresan como
alteraciones emocionales,
y por su misma naturaleza son los signos más visibles en las
personas.
La manera en que se manifiestan son a
través del carácter irritable, la forma iracunda de
responder a una situación medianamente difícil, caer en depresión
con frecuencia o experimentar un constante sentimiento
de culpabilidad
con explicaciones poco satisfactorias. Siendo la ansiedad y la
depresión los síntomas más frecuentes.
La ansiedad surge normalmente
como una respuesta de anticipación, como la preocupación por
eventos futuros, y que se consideran potencialmente catastróficos.
La depresión aparece también, a veces posterior a un
esfuerzo significativo de afrontamiento, y donde los resultados no
eran los esperados. En todo caso, la autopercepción de la
persona puede estar distorsionada y generar estas respuestas
inadaptadas.
En un experimento, Zika y Chamberlain
(1987) pidieron a un grupo de estudiantes completar una escala para
medir la frecuencia y severidad de sus molestias diarias
relacionadas con el trabajo, la familia, el dinero y la salud. Al
comparar los resultados de molestias diarias con el bienestar
emocional de los participantes, descubrieron que el estrés,
efectivamente, altera las reacciones emocionales de las personas,
volviéndolas más ansiosas, frustradas y depresivas.
La relación estrés-emoción se
ha investigado de muchas maneras y abundantemente. La evidencia
(tanto en humanos como en animales) ha mostrado un importante vínculo
entre los trastornos del estado de ánimo y la sensibilidad al
estrés. Por supuesto, no se trata de cualquier tipo de estrés, se
trata de un estrés prolongado y de unas condiciones de
vulnerabilidad específicas que, siendo el caso de ser afectado,
resulta importante conocer en profundidad.
Respuestas fisiológicas
El tipo de respuesta fisiológica de la
que se intenta prevenir está relacionada con aquella producida por
un estrés crónico, es decir, un estrés a largo plazo y en
cantidades moderadas o altas. Este tipo de estrés, a saber, el
tráfico de todos los días, el pago de alquileres que no alcanza,
estar pendiente de la administración del hogar o el negocio, el
cuidado de los niños pequeños, etc., es el tipo de estrés más
dañino para la salud física.
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En este tipo de alteración constante y
a largo plazo a nivel del sistema nervioso simpático (SNA),
hace que las hormonas y vísceras del cuerpo reaccionen de forma
hiperactiva y anormal, trabajando más de la cuenta, estimulando más
de lo necesario y provocando finalmente la alteración
fisiológica indeseada.
En 1956, Seyle puso a prueba esta
hipótesis de las consecuencias del estrés a largo plazo. Trabajó
con animales de laboratorio a quienes puso a prueba sometiéndolos a
un ambiente crónico estresante. Las actividades diarias eran el
sometimiento a diferencias drásticas de temperatura, inyecciones de
estimulantes, actividades que requerían un esfuerzo muscular
excesivo, etc.
Los resultados mostraron que la
activación simpática prolongada llegaba al punto de afectar hasta
la forma de los órganos viscerales. Así por ejemplo, descubrió que
el estrés crónico producía un incremento en el tamaño de las
glándulas adrenales y una reducción de tamaño en las glándulas linfáticas (ganglios linfáticos).
Modelo en tres etapas de Seyle de respuesta fisiológica a una situación de estrés crónico |
El modelo de Seyle propone tres etapas
que experimentan los órganos internos ante una situación de estrés
prolongado, y en las que se producen cambios estructurales o
anatómicos significativos. El modelo muestra tres fases en la
reacción fisiológica. En la primera, llamada fase de alarma,
el cuerpo entra en estado de alarma ante el estímulo estresante. El
sistema nervioso simpático (una subdivisión del sistema nervioso
autónomo) se activa, produciendo un incremento en la respuesta
cardíaca, respiratoria, glándulas exocrinas y algunas endocrinas,
respuestas características del sobresalto, miedo o susto.
Momentos después del “sobresalto”,
o una vez terminado el estímulo de estrés, en situaciones normales
el cuerpo recupera poco a poco su estado normal por medio del sistema
parasimpático.
Sin embargo, si el estímulo estresante continúa, el cuerpo entra
entonces en la segunda fase de actividad simpática conocida como
fase de resistencia. Durante
esta fase el cuerpo coordina el output
del SNS para satisfacer las demandas del estímulo estresante. En
este punto, la persona no sólo experimenta una constante reacción
de alarma sino también lucha por mantener el equilibrio
homeostático.
Si
el estresor continúa hasta el punto en que el SNS ya no puede
satisfacer las demandas exigidas, entonces el cuerpo entra en la
tercera y última etapa: fase
de agotamiento.
Aquí, el cuerpo pierde su capacidad de resistencia y los órganos
sufren un daño por “sobrecarga”. Si el estresor continúa, puede
producirse un colapso, desfallecimiento, o incluso la muerte del
organismo.
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REFERENCIAS
Bale,
T.L. (2006). Stress sensitivity and the development of affective
disorders. Horm
Behav., 50,
529-533.
Childs,
E., White, T.L., & Wit, H. (2014). Personality traits modulate
emotional and physiological responses to stress. Behav
Pharmacol, 25,
493-502.
Horowitz, M.J., Wilner, N., Kaltreider, N., &
Alvarez, W. (1980). Signs and symptoms of post-traumatic stress
disorder. Archives of General Psychology, 37, 85-92.