Si bien es
importante tener buenos hábitos de alimentación y cuidado personal,
estos no son mas que un reflejo de nuestro pensar y sentir en nuestra
vida cotidiana.
Antes de empezar un
nuevo estilo de vida, debemos concebir un nuevo estilo de
creer en las cosas que nos rodean. Una nueva forma de ver
el mundo y a nosotros mismos. En otras palabras, cambiar nuestro
paradigma sobre la vida misma.
Pero entonces nos
preguntamos: ¿cómo puedo cambiar mi forma de pensar?
Para empezar,
debemos tener claro que el pensamiento es una función de la mente
entre otras tantas, como por ej, el sentir, el intuir o el percibir
los estímulos físicos internos o externos.
Pensar implica un
proceso lógico de razonamiento. Cuando pensamos, analizamos las
cosas, las clasificamos, comprendemos las relaciones entre ellas,
sacamos conclusiones, emitimos juicios, etc., todo aquello que
implique una función cognitiva. Pero el pensar es también un
abstracto que existe detrás de una creencia, o una experiencia de
vida, y que básicamente tiene el poder de modificarla a través de
una interpretación personal, como un filtro.
Con todos estos
procesos interconectados, se concluye que el acto mismo de pensar es
un fenómeno en extremo complejo, y cambiar la forma de pensar sería
por tanto un propósito igualmente complejo y difícil.
Nuestro pensamiento
puede incluso volverse a veces alocado y sin sentido por estar
inundado emocionalmente. En este sentido, las emociones pueden
también modificar drásticamente nuestra forma de pensar y razonar,
dándose todo esto en un nivel pre-conciente o por completo
inconsciente.
Todos los traumas de
vida, las fobias incontrolables o los comportamientos contradictorios
son producto de un “hábito del pensar” errado o distorsionado.
Como cualquier hábito, se realiza de forma automática, y se
retroalimenta a lo largo del tiempo, perpetuando su existencia, lo
que hace difícil sustituirlo o evitarlo definitivamente.
Si debiéramos
encontrar la forma de cambiar nuestro pensar, y con esto cambiar
nuestro paradigma de la vida, primero deberíamos ver la forma de
apartarnos de toda clase de función cognitiva. No será
posible cambiar nada hasta no lograr una pausa significativa
de las funciones del pensamiento.
Los que practican la
meditación trascendental consideran que el ejercicio de
meditación implica una ausencia del pensamiento, mientras que
algunos científicos de los procesos mentales creen que la meditación
es más bien una función más del pensamiento.
Tal vez, todo
dependa de cómo se vea el fenómeno tal cual. Si la definición de
pensamiento implica una función activa de los sentidos (ver, oír,
oler, etc.) o sólo una actividad de los procesos cognitivos
mencionados, deducimos que la meditación sólo se propone agudizar
las primeras funciones y aminorar las segundas.
El pensamiento no es
percepción, es almacenar, ordenar y procesar los datos
percibidos, para luego sacar conclusiones o realizar un juicio. La
meditación, en cambio, es básicamente percepción, y se centra en
poner atención a los estímulos percibidos en una total y completa
ausencia del juicio, recuerdos o preocupaciones.
Este es el punto que
a muchas personas les cuesta superar: borrar momentáneamente las
preocupaciones de su mente. Pero es justamente esto para lo que
se entrena. Por tanto, meditar implica una habilidad aprendida, una
capacidad de simplemente estar ahí, sin ninguna intención de
razonar, ni juzgar, ni decidir, ni recordar, ni clasificar nada. Tan
sólo jugar el papel de receptor u observador atento a los
estímulos internos y externos del momento presente.
Con esto concluimos
pues que el pensamiento es posterior a la percepción, e
implica funciones mucho más complejas. En base a esto, la sugerencia
es: para cambiar de raíz nuestra forma de pensar, empecemos
primero en dejar de pensar. Esto es algo así como
“resetear” la
computadora. En términos humanos sería como hacer un
espacio-tiempo ausente de las funciones cognitivas superiores.
El pensamiento
empieza entonces a crearse cuando hacemos uso de estas funciones
cognitivas superiores. El estado de meditación, en
cambio, se da en ausencia de estas funciones superiores, por
lo que meditar es posible siempre y cuando podamos voluntariamente
“apagar” (“poner en off”) estos procesos cognitivos,
generalmente perturbadores y causantes de “nuestras desgracias y
tristezas” del día a día.
Dejar de pensar y
adoptar el modo de meditación (cuando se sabe hacer) tiene un
efecto calmante. Algo así como tomar una píldora para controlar la
ansiedad, sólo que sin los efectos químicos secundarios. Saber que
podemos apartarnos (al menos por unos momentos) de los conflictos
mentales, y en base a ellos los emocionales, es como tener la
posibilidad de abrir una ventana a la libertad y el descanso
individual, probablemente la única y verdadera libertad que
deberíamos buscar todos.
En la medida en que logremos
éxito en alcanzar este estado mental de meditación, los
pensamientos habituales van a perder su fuerza y su carga emocional,
de manera que los nuevos esquemas mentales estarían libres de
sentimientos de culpa, miedo u odio que caracterizan a los viejos
esquemas.
Junto con esta nueva forma
de ver el mundo, de ver nuestra propia experiencia de vida, viene
también un cambio en el estilo de vida. No se trata de
modificar los comportamientos a base de reforzar, modificar el
pensamiento o extinguir la conducta, esos eran métodos que se usaban
a mediados del siglo pasado, cuando aún se desconocían en el mundo
occidental los efectos de la meditación.
Hoy, el conocimiento
adquirido a través de los años, aunado con los importantes
beneficios de las prácticas milenarias orientales nos permiten
descubrir una nueva forma de ver y experimentar la vida, desde
adentro, libres de emociones negativas que impiden un flujo sano de
la energía vital.
ARTÍCULOS
RELACIONADOS: