Si definimos la motivación desde un
punto de vista mecánico, podríamos diferenciar dos componentes
principales: fuerza y
dirección.
La
fuerza motivadora
es la energía que empleamos para realizar una tarea. Esta puede
describirse como el ánimo o el entusiasmo en que hacemos algo. La
dirección
dependerá del objetivo propuesto, la meta final o intermedia de lo
que queremos lograr.
Lo
que llamamos “comportamiento” es básicamente la combinación de
estos dos elementos motivacionales. Aunque desde el punto de vista
mecanisista
esta explicación suena convincente, cuando lo aplicamos a la vida
real, la cosa puede volverse mucho más compleja de entender debido a
otras variables como el estado de ánimo o nuestra capacidad de
concentración después de un desvelo, por ejemplo.
Para
definir correctamente la motivación desde un punto de vista
aplicado, debemos comprender antes cuáles
son las condiciones antecedentes,
es decir, los sucesos
que nos han llevado a comportarnos de una manera determinada.
Y en la medida en que logremos identificar las condiciones
antecedentes
lograremos también explicarnos mejor el
motivo original
de nuestro comportamiento.
Conocernos a nosotros mismos, y saber qué condiciones o sucesos nos
motivan a actuar resulta una labor muy importante y con enormes
ventajas. Sin embargo, hacernos conscientes de nuestros propios actos
y emociones puede ser una tarea harto difícil para quien no esté
acostumbrado a hacer este tipo de observaciones.
Cuando nos preguntamos: ¿por qué me comporto así?, puede que
también nos preguntemos ¿cómo o por qué mantengo ese
comportamiento vigente?, o más interesante aún: ¿cómo puedo
lograr dejar de comportarme de esa manera? o ¿cómo podría adoptar
un nuevo comportamiento, tal vez más positivo y afín a mis propios
deseos?
Estas son algunas de las preguntas que se formulan los psicólogos
para comprender a las personas. Ahora son las mismas personas quienes
se las plantean a sí mismas, siendo testigos de su propia existencia
y evolución. El que era analizado se convierte en introspectivo.
El sólo hecho de formularse uno mismo este tipo de cuestiones,
aparentemente complicadas, abre un sin fin de posibilidades. Darnos
cuenta de qué nos gusta, qué no nos gusta, para qué somos buenos,
para qué no lo somos, abre nuevas alternativas de acción y
planificación. Puede que nuestra imaginación y creatividad esté de
nuestro lado para enfrentar con más eficacia ese problema que nos
acongoja.
Reconocer nuestras motivaciones es un paso gigantesco en la
solución de cualquier problema emocional o psicológico. La
frecuencia con la que hacemos ciertas cosas (sean buenas o malas) es
un indicativo importante. Así lo es también el gusto con el que
actuamos o la satisfacción o insatisfacción que sentimos al final
del día cuando nos vamos a la cama.
Estas satisfacciones, deseos, disgustos, incomodidades, etc., son el
verdadero motor que nos mueve hacia un determinado comportamiento
futuro, y son en sí mismas lo que hace y conforma nuestra
personalidad. Así pues, en lugar de intentar cambiar nuestra forma
de ser y de sentir sobre las cosas y sucesos del día a día,
intentemos aceptar esos deseos y sentimientos con el fin de tenerlos
justo bajo la mira, observándolos con detenimiento, y conociéndolos
de cerca y, poco a poco, con el tiempo probar cambiarlos si realmente
nos parecen inadecuados.
Este reconocimiento de nosotros mismos es parte de la
auto-observación, y en la medida que podamos identificar estos
altibajos sabremos con más certeza qué circunstancias nos motivan a
tener un mejor desempeño.
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